Me caí desde la escalera
En esta historia yo, José Ordóñez, les voy a contar el accidente cuando me caí de la escalera. Y no les exagero, pero se van a reír de mi accidente.
(La última publicación acerca de mi accidente en abril del 2021, léelo hasta el final, te vas a reír mucho) Las nueve de la mañana. Ante la insistencia de mi esposa para que le bajara algunas cajas pesadas guardadas desde hace algún tiempo en el ático y que sólo recobran vida cada vez que mi hija anuncia que nos visitará con la tropa de nietos que Dios nos ha dado; allí en medio de otros tantos chécheres, tenemos un arsenal de legos, juegos, muñecas y pelotas que como en la película Toy Story recobran vida cada vez que la última versión de los Ordonez aparece. Llevaba varios días insistiéndome que necesitaba que le bajara todos esos artículos pesados, y yo como buen marido, esposo, compañero, ayuda idónea, e incondicional marido colombiano… !Le había hecho el quite! Acomodé mi escalera de 1,80 mts (en la caída se sintió mucho más alta) y subí por ella como recordando las épocas cuando era niño y me trepaba en todos los árboles de guayaba y los techos de las casas en los barrios de Floridablanca gracias a lo cual me gané el apelativo entre los niños del barrio de “El mico”.

Recomendaciones:
Si tienes más de 53 años no subas ni bajes escaleras sin tener la supervisión de alguien que te apoye. Si bajas escaleras con artículos pesados, hazlo desplazándote hacia atrás no hacia adelante como lo hice yo. Si bajas escaleras con artículos pesados desplazándote hacia adelante, por más que alguien te apoye, por más que tengas buen equilibrio, por más que tengas medicina prepagada, por más que tengas seguro contra accidentes… !Seguro te accidentarás! Es inevitable que al caer no solamente te rompas la cabeza, sino que se te “rompe” el orgullo porque sin lugar a dudas vas a tener que chillar, además se te “romperá” la poca dignidad física que tienes cuando caigas desparramado como un guarasapo. Pues eso pues eso fue lo que me sucedió, con mi dura y testaruda cabezota. Golpee la llave del calentador de agua que al sentir mi piel no tuvo otra alternativa que abrirme una «hermosa» tronera de, y no les exagero casi 10 cm de largo. Entonces fue cuando empecé a sangrar profusamente, mi sangre se confundió con el chorro de agua, y no les exagero, era más grande el chorro de sangre que el del agua. Me llevé las manos a la cabeza intentando detectar de dónde provenía tan profusa cantidad.
El primero en llegar fue mi perro Doggo, quien al ver que su amo parecía, y no les exagero, un hidrante de calle para bomberos del que no brotaba agua si no ingentes cantidades de sangre. El pobre Can retrocedió abrumado lanzando alaridos y chillidos, pues en su perruna vida, nunca había visto tan dantesco espectáculo. La segunda que llegó corriendo fue mi esposa. Había escuchado mi cuerpo caer aparatosamente al piso y el estrepitoso ruido de todas las cosas que se expandieron, y no les exagero, en un radio de 20 mts, sumado todo ello a los alaridos desgarradores que para aquel momento el perro no paraba de lanzar al verme, y no les exagero, en tan dantesca danza de sangre y agua. ¡Pobre mujer! Al ver a su esposo, y no les exagero, bañado en sangre lanzó una alarido que parecía una competencia entre los suyos y los del perro. (Puedo entender su dolor, un marido como estos, y no les exagero, no se encuentra tan fácilmente). “¡Misael! ¡Misael!” (así se llama nuestro vecino) no paraba de gritar mi esposa intentando encontrar ayuda antes que, y no les exagero, yo terminara desmayado en el piso o ahogado en mi propia sangre.
El vecino llegó corriendo. Veterano de mil batallas, estuvo en la guerra de Vietnam, allí vio como muchos de sus compañeros fueron mutilados por bombas que le estallaban a pocos metros del rostro, además, fue parte de la operación conquista del desierto, un hombre acostumbrado a ver cuerpos mutilados, vísceras fuera, humanidades desmembradas, y toda clase de horripilantes secuelas que dejan las guerras. Al verme, y no les exagero, cayó desmayado, creía haberlo visto todo, pero no estaba preparado para algo así. Con mi tranquilidad y con mi serenidad que siempre me ha caracterizado, le pedí amorosamente a mi esposa que se calmara, al perro le ordené que guardara silencio, pero ninguno de los dos me hizo caso, el perro porque estaba asustado y Yasmith, ¡Porque jamás me hace caso!
Si no has a abandonado la lectura de esta impresionante pero verídica narración, si aún te quedan fuerzas para seguir leyendo, prepárate, y no les exagero, la peor parte está por empezar. Luego de ir al baño en donde con una toalla húmeda limpié mi sangre que, y no les exagero, ya había inundado parte de la casa y al no encontrar aguja e hilo para coserme la profusa herida que tenía en la cabeza (Así lo vi en la película de Rambo) le dije a mi hermosa pero para entonces histérica esposa que nos fuéramos al hospital (yo no quería, pero lo hice para que ella se tranquilizara). Fueron tan sólo dos pasos a la salida del baño cuando me di cuenta que la hemorragia había menguado un poco, me tranquilicé, pero luego vi su cara de horror, fue tan desgarrador el grito de Yasmith que hasta el perro quedó callado y decidió retirarse con el rabo entre las patas, y no les exagero, por algunos momentos pensé que al entender que necesitaba unos nuevos amos había decidido emanciparse de los Ordonez.
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Mi esposa señalaba con su temblorosa mano el motivo por el cual los grandes borbotones de sangre habían menguado levemente, y no les exagero, había empezado a salirse parte de mi cerebro, le pedí que se calmara, pero como les dije antes ¡ella nunca hace caso! Se fue detrás del perro. Al sentirme más abandonado que Duque y su reforma tributaria, fui hasta el enorme espejo de mi baño que me permitió ver en medio de los manchones de sangre que lo empañaban, y no les exagero, parte de mi cerebro efectivamente empezaba a brotar,! ¡Se me van a salir los chistes! Pensé, y sí, y no me lo van a creer, los primeros que se salieron fueron los de PabloRemalas, los pude ver, ahora parecía que yo era parte de aquellas increíbles historias del deprimente personaje; detrás de él, los chistes crueles seguidos del recuerdo de lo que pago por intereses en dos créditos de libre inversión que saque con un banco antes de la pandemia.
Horrorizado intenté meterme el cerebro con mis musculosos dedos, pero la fuerza con la que brotaba, y no les exagero, no me lo permitió; a los pocos segundos del lóbulo posterior izquierdo, donde dicen que se alojan las cosas de las que nos arrepentimos, vi la diferentes decisiones erráticas de mi vida, allí se alojaba mi voto por Uribe, por Duque, por Pastrana, el peor de todo era el de Samper.
Al punto del desmayo, esperando a que apareciera el túnel con su luz al fondo, vi que al fondo del pasillo aparecía mi esposa con las llaves del auto para llevarme rumbo al hospital. No recuerdo más, abrí los ojos intentando recobrar la conciencia cuando escuché las frases que los paramédicos de las urgencias del hospital se decían en medio de los impresionantes chillidos de las enfermeras asistentes que al parecer nunca habían visto algo así. «Deberemos primero ponerle anestesia para que no le duela todo el proceso quirúrgico» dijo uno de los especialistas, pero yo, y no les exagero, le dije que no era necesario. Me conozco, el umbral del dolor lo tengo bien alto, soy colombiano, hincha del Bucaramanga y estoy acostumbrado a sufrir mucho dolor. El galeno admirado por mi decisión, casi sin creerlo, y no les exagero, decidió empezar con el proceso de sutura de mi cabeza; bueno, yo a eso no le llamaría una “sutura”, yo le llamaría, y no les exagero: “La más delicada intervención quirúrgica de la que la ciencia médica tenga memoria”. Si quieres conocer más de la carrera profesional de José Ordóñez ¡Parece que nunca habían visto un cerebro lleno de tanta inteligencia y tanta información! me dio temor en medio del proceso quirúrgico pues recordé que el cerebro de Albert Einstein fue conservado durante algunos años en alcohol para luego ser estudiado y tuve temor, y no les exagero, de que me dejaran morir a propósito y terminar corriendo la misma suerte. Sé que ya son pocos los que han continuado con esta lectura, algunos estoy seguro y no les exagero, es probable que se hayan desmayado al escuchar una historia tan dolorosa, pero a la vez, y no les exagero, tan llena de valentía y heroísmo (algunos creerán que es hedonismo).
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Hoy estoy en mi cama. El suplicio de una mala noche, con terribles, y no les exagero, indescriptibles dolores corporales que sólo he podido calmar con altas dosis de morfina, toda clase de barbitúricos, mezclado con raíces chinas y Yagé amazónico no ha podido minar ni menguar el arrojo con el que quiero seguir viviendo la vida.
El perro ha regresado, quizá pudo entender que nunca encontrará unos amos tan responsables con las cacas que dejan el jardín. Se ha echado a los pies de mi cama a escuchar mis alaridos de dolor, eso no le ha preocupado, lo único que le ha quitado la calma, y no les exagero, es que ha visto el primer punto de la sutura de mi cabeza caer ¡Y tiene miedo a una nueva inundación de sangre!






